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Meghan Markle, el ciclón en la casa de Windsor
Si algo moderniza a las diferentes casas reales europeas son los matrimonios morganáticos (unión realizada entre dos personas de rango social desigual): Katherine duquesa de Kent, Sonia de Noruega, Silvia de Suecia, Grace Kelly, Rania de Jordania, Letizia Ortiz, Máxima de Holanda, Kate Middleton, Charlène de Mónaco, Sofía de Suecia y, entre otras, Meghan Markle.
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La actriz estadounidense de sangre afroamericana y europea, se convirtió en el primera representante de otra raza en la Casa de Windsor. Divorciada de un productor de cine y con un carácter muy americano, no era del agrado de la reina Isabel II; recordaba la vida familiar de Diana y Charles y entendía que nada bueno saldría de esta unió, pero Harry estaba tan enamorado y dispuesto a casarse con ella que la soberana hizo una excepción sabiendo que nunca se convertiría en rey.
Presentada formalmente a Su Majestad, se comprometieron el 27 de noviembre de 2017, no sin antes renunciar Meghan a su fe protestante para acogerse a la Iglesia anglicana. Recibida la ciudadanía británica, se estableció la fecha de la boda. El anillo de pedida fue diseñado por Harry: dos diamantes laterales tomados de un brazalete de su madre Diana y el central traído de Botswana, país vinculado a la pareja.
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¿En quién recaería su look nupcial? Los miembros de la familia real siempre eligen su vestido de novia a diseñadores nacionales. Las apuestas resultaron tan variopintas como entretenidas: Burberry, Alexander McQueen, Erdem, Ralph & Russo… hasta que Meghan despejó dudas escogiendo a la directora creativa de la casa de moda francesa Givenchy, Clare Waight Keller. Una decisión que hirió el orgullo de los británicos, por lo que Meghan -para comensar- rindió homenaje a la tradición, eligiendo para una fiesta informal un vestido de la marca británica Stella McCartney.
Casi tres mil invitados acudieron a la celebración. Frente a la multitud de cámaras aparecieron numerosas caras conocidas: políticos, cantantes, actores, presentadores de televisión y demás famosos, hicieron de la ceremonia toda una alfombra roja teñida de blanco, acaparando flashes de numerosos medios de comunicación acreditados, para la delicia de miles de ingleses expectantes, verdaderos fans de los invitados.
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El camino al Castillo de Windsor fue ocupado por los espectadores ya desde días antes de la boda. A pesar de que cientos de canales de televisión transmitieron la ceremonia en directo, nadie quería perdérselo en directo. La llegada de la novia, con un vestido de seda, minimalista y elegante, con escote barco, silueta columna, manga francesa y cola, provocó grandes ovaciones.
El velo de 5 metros diseñado por Clare Waight Keller estaba bordado con las 53 flores de la Commonwealth, las flores del jardín de Kensington y de California, el hogar natal de Markle. El viento lo enredaba por lo que continuamente la propia Meghan se giraba y tiraba de él.
Meghan tampoco faltó a la tradición de coser en el interior del vestido un pequeño lazo azul hecho con la tela del vestido que llevó en su “primera cita a ciegas”, organizada por Violet Von Westenholz, una amiga común.
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Los zapatos de salón de corte clásico, de satén de seda, de Givenchy, hacían juego con su vestido. El ramo, realizado por la florista Philippa Craddock, consistió en un bouquet sencillo, acorde con el vestido, compuesto por “nomeolvides”, la flor favorita de Diana, recogidos del jardín privado del palacio de Kensington, donde residió oficialmente Lady Di desde 1981 hasta su fallecimiento; también contenía arvejillas aromáticas, jazmín, astilbe, astrantia y lirios del valle y el mirto, una flor que llevaron también la reina Victoria y la propia Isabel II en su boda.
Como marca el protocolo, nadie puede disponer del joyero real hasta el día de su boda, por lo que Meghan escogió -con el beneplácito de la reina- la Tiara Filigree de la Reina Mary de Teck, que data de 1932. Esta tiara posee un diamante en el centro, engarzado en forma de broche, regalado por la condesa de Lincoln con motivo de su boda con el duque de York, en 1893. Los pendientes de botón modelo Galanterie, realizados en oro blanco y diamantes, se confeccionaron con diamantes de la exclusiva casa francesa Cartier. El anillo de pedida y un brazalete modelo Reflection, también de Cartier, eran de oro blanco y diamantes.
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La ceremonia estuvo marcada por la cultura negra estadounidense de la novia, rompiendo así otra tradición importante. En lugar del arzobispo Justin Welby de Canterbury, jefe de la Iglesia de Inglaterra, el sermón fue predicado por el sacerdote negro Michael Curry, jefe de la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos. Además, el discurso del sacerdote fue muy emotivo, valiéndose de citas de Martin Luther King Jr. recordando a los esclavos traídos de África. Le acompañó un coro afroamericano, The Kingdom Choir, que enalteció las raíces negras de la novia y desagradó a la alta sociedad y al mismísimo Elton John. El momento que logró rebajar la tensión estuvo a cargo de “Sheku Kanneh-Mason”, el chelista prodigio británico de color elegido por Harry, que interpretó la pieza Sicilienne de Maria Theresia Von Paradis, After a Dream de Gabriel Faure y el Ave María de Franz Schubert.
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Los novios no ocultaron su espontanea personalidad ni su felicidad: se besaron, se abrazaron, se rieron a carcajadas y mostraron su amor, algo que tampoco agradó a los miembros de la familia real, acostumbrados a comportarse de manera moderada y reservada, priorizando el protocolo sobre las muestras de afecto en público.
Al finalizar el día, Meghan rompió de nuevo otra de las tradiciones familiares: la reverencia a la abuela de su esposo en el momento en que se estuvieran retirando del lugar de la boda, lo que molestó profundamente a la reina de Inglaterra.
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Hoy, Meghan -después de muchas diferencias con su familia paterna, su familia política, el personal de su casa y los medios de comunicación- se ha ganado a pulso el apodo de “el ciclón de la casa Windsor”. Felices con un matrimonio que nadie creía que durase y tras haber abdicado Harry de sus funciones en la Familia Real británica, viven con sus dos hijos en los Estados Unidos.
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