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Harald V de Noruega y Sonia Haraldsen, un polémico amor contra viento y marea

29 Ago 2022 | REALEZA

Hoy, 29 de agosto, se cumplen 52 años del enlace matrimonial de los reyes de Noruega. La historia de amor de Harald V & Sonia Haraldsen es una de las más idílicas y sólidas de todas las monarquías europeas.

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Quince años tenía Sonia Haraldsen -aspirante a diseñadora de moda- cuando se vio por primera vez con el joven príncipe Harald, en un campamento de verano en el fiordo de Hardanger. Ella era la cuarta hija de Dagny Haraldsen y Karl Augusto, un acomodado comerciante de tejidos propietario de un establecimiento textil; su amor por la moda la hizo recibir un diploma en costura y sastrería en la Escuela Vocacional de Oslo mientras hacía prácticas como costurera en el negocio paterno en la capital noruega. Él… era un joven príncipe heredero de su país.

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Si bien el flechazo entre los dos adolescentes fue inmediato, al principio Sonia se negó a tener más que una buena amistad con Harald. A pesar de saber que un posible matrimonio morganático haría peligrar la monarquía, se embarcaron en una relación que fué llevada en secreto durante 9 años gracias a la complicidad de sus amigos más íntimos, quienes facilitaban el romance a través de cartas, llamadas o citas.

Al cumplir la mayoría de edad, Harald decide confesarle a su padre el rey Olaf su romance con la bella costurera. “Jamás permitiré quae una costurera sea reina de Noruega” fue la rotunda contestación de un padre colérico e indignado que obligó al heredero a abandonar a la joven y a encontrar una pretendiente digna de su rango.

Sonia fue enviada por sus padres la École Professionelle des Jeunes Filles de Lausanne, junto al modisto Molstad, donde -además de diseño de moda- aprendió ciencias sociales y contabilidad. A él lo enviaron al prestigioso Balliol College de la Universidad de Oxford, donde cursó económicas, políticas e historia. A la vez le propiciaron encuentros con diferentes candidatas del Gotha europeo. Désirée de Suecia o Sofía de Grecia eran las principales pretendientas.

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La primera no despertó el interés del príncipe por mucho que la madre de la chica, Sibila de Sajonia-Coburgo-Gotha, procuraba encuentros entre los dos y Désirée se hacía notar entre los royals. Con Sofía de Grecia por el contrario entabló una amistad muy entrañable desde que se conocieron en un exclusiva fiesta organizada por las reinas Ingrid de Dinamarca y Federica de Grecia en el castillo de Fredensborg, junto al lago de Esrum, en la isla danesa de Selandia. Harald y Sofía debían formar pareja de baile.

Ambos apenas superaban la veintena, tenían la aprobación de sus respectivos padres reinantes, compartían gustos afines y parecían predestinados. La reina Federica era feliz conocedora de que su hija bebía los vientos por su primo, unos de los herederos más codiciados por las casas reales de la época, alto, rubio, corpulento y de ojos azules, casi un príncipe de cuento.

Los encuentros y flirteos entre la pareja ocupaban numerosas páginas de la prensa del corazón especulando sobre un posible romance y compromiso. Pero los rumores se desvanecieron cuando Sonia amenazó con suicidarse si Harald se casaba con la princesa griega. Eso hizo reaccionar a Harald y dio el paso definitivo: o su padre le permitía casarse con Sonia Haraldsen o renunciaría a sus derechos dinásticos: “Si mi país me necesita, aquí me tiene. Pero Sonia estará a mi lado”.

Sofía de Grecia ©

Sofía y Federica de Grecia ©

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El rey, sabiendo que tal renuncia supondría el fin de la joven dinastía Glüscksburg de Noruega (fundada por el príncipe Carlos de Dinamarca en 1905 con el nombre de Haakon VII), no tuvo más remedio que decir: “Harald ha quemado mis naves… pero yo no tengo otro hijo”.

El 19 de marzo de 1968 el Gobierno -de distinto color político al anterior- pudo dar su consentimiento. Una teoría alternativa y menos sentimental (escrita por la periodista Françoise Laot en Point de Vue) mantiene que lo que en realidad malogró aquella boda real fue la escasa dote ofrecida por los reyes griegos; Pablo I de Grecia habría solicitado una dote de 50 millones de francos, pero el parlamento griego y el Gobierno de Constantino Karamanlis solo habría aprobado la mitad, una cantidad supuestamente inaceptable para el monarca escandinavo.

El 29 de agosto de 1968 las campanas de la Catedral del Salvador de Oslo repicaron como nunca en la boda del príncipe Harald de Noruega y Sonia Haraldsen. La ciudad se adornó con banderas y flores, y muchos escaparates exhibían fotografías y el monograma del Príncipe heredero y la Princesa heredera. La Basílica fue decorada con más de 2.500 rosas, margaritas, fresias, guisantes de olor y gladiolos. Todas las casas reinantes europeas se dieron cita en el jubiloso epílogo de una batalla que duró toda una década.

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La inusual novia entró en la iglesia del brazo del Rey Olav, al son de Trumpet Tune and Air de Henry Purcell. Su vestido fue diseñado por ella misma (sencillo y de estilo clásico, decorado con perlas blancas y bordados). No usó joya alguna y, como reza la tradición, llevo el velo de Marta de Suecia, madre del príncipe Harald. Un precioso ramo en tonos blancos, con rosas, fresias, lirios del valle y orquídeas acompañaba a un look regio, romántico y natural.

Durante la ceremonia de boda, el coro de hombre “Sociedad Coral de Estudiantes de Noruega” cantó el himno Herre Gud ditt dyre navn og ære (Nuestro Señor Dios, Tu Precioso Nombre y Honor), y la cantante de ópera Aase Nordmo Løvberg interpretó Alt står i Guds Faders hånd (Todo está en la mano de Dios Padre).

Los novios salieron de la catedral al son del Preludio en mi mayor de Bach y fueron recibidos con júbilo y vítores por la gran multitud que los esperaba. En su honor se dispararon dos salvas de 21 cañones desde la fortaleza de Akershus.

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Después de la ceremonia, la pareja recorrió en un automóvil abierto las calles de Oslo y luego salió al balcón del palacio para saludar a los simpatizantes reunidos. Sonia se convertía así en la primera plebeya en ascender a un trono europeo y en la primera princesa heredera desde la muerte de la reina Maud, esposa de Haakon VII.

En el banquete, Harald dirigió a su ya esposa unas emotivas palabras. “Sabes mejor que nadie lo que siento y mejor que nadie entiendes lo que este momento significa”. Los  festejos duraron tres días y a ellos asistieron un gran número de invitados.

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